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El beso jamás soñado



Los besos se disfrutan, se agradecen, abren caminos. Algunos marcan el final de una historia, son letales, mordaces, pero siempre tienen un impacto en nuestras vidas... al menos en la mía.

Era la segunda vez que lo veía sola. La zona del Frontón México tiene un significado enorme en mi camino, casi al mismo nivel que las composiciones del hombre al que visitaba. Mi fanatismo hacia Fito Páez inició en la niñez con aquel video tan colorido y tan raro: Mariposa Technicolor. Con los años, y debido a mi amor a la música, me fui adentrando en su carrera. Mi adolescencia estuvo entre Naturaleza Sangre y Un vestido y un amor.

Esta vez decidí que todo sería diferente; me arriesgué a ir más allá de ser la fan que se queda afónica, la que alguna vez escribió historias en su vida y para otros con sus melodías. Hubo ángeles en el camino que me dieron su buena vibra y aliento para conseguir ese objetivo: entrevistarlo

No fue fácil y llegó un momento en que lo di por perdido, pero justo cuando estaba el peor momento en mi vida laboral, el aviso de que admitiría mis cuestionamientos fue una bocanada de aire fresco. ¡Estaba soñando! Fue uno de los instantes más grandes y perfectos de mi carrera. Amé las explicaciones, los ejemplos. 

Mi corazón sabía que esa era una gran y fuerte medicina. Tuve una mezcla de emociones enorme; lloraba, me reía, gritaba, lo contaba una y otra vez. Si algo he aprendido es a disfrutar cada átomo de esos regalos que trabajamos... y lo hice.

Por ende, mi euforia al llegar a aquel sitio donde también se practica Jai Alai, estaba a tope. La hice de fotógrafa, reportera y fan a la vez; un tres en uno con un vestido lindo y zapatos rojos. Nos sentaron a un lado del escenario; cuando Fito tocara el piano, él podría verme cara a cara. Era la novena vez que asistía a uno de sus conciertos y, como la finalidad era hacer una crónica, no protesté. 

En otras ocasiones, he corrido hasta la valla de enfrente, viajado a otros estados, caído por obtener un autógrafo suyo. Esto no era nada.

Nos llevaron a la zona de fotógrafos. Era la única que, mientras disparaba con la cámara, cantaba. Me puse a gritar como loca cuando distinguí Giros, una de mis favoritas. Bajé las escaleras a sentarme en la zona de prensa cuando estaba la mitad de Aleluya al sol.

Mi plan era cantar discretamente; ¡las coeditoras deben comportarse! Sin embargo, recordemos que soy Angélica Ferrer, un unicornio, una melómana y una apasionada en los conciertos, así que terminé cediendo. En ese sitio casi nadie cantaba.

Perdí los estribos cuando cantó El amor después del amor con Mon Laferte, uno de mis himnos porque demuestra que ese sentimiento lo puedes hallar en lo que sea y que jamás se crea ni se destruye. Empecé a llorar con Brillante sobre el mic y, mientras intentaba que nadie notara mis lágrimas, prendí la lámpara de mi celular para hacer un bello manto estrellado junto con el resto de los asistentes. Fue hermoso. Perdí otra vez la voz, tal y como en el Vive Latino de 2018 con Al lado del camino


Ahí noté que Páez, sentado en el piano, estaba viendo que yo era la única loca de prensa que se estaba deshaciendo. Me sonrió y ya con eso estaba en otro plano.

En Circo Beat, me paré junto a un hombre que estaba en silla de ruedas; tuve muchísimo cuidado en no dejarlo sordo, aventarlo o algo loco. 

Él, al ver que me ponía a gritar y a llorar con Tumbas de la gloria, me dijo "nadie de seguridad está haciendo caso de este lado. Mi novia ya vino y regresó varias veces de hasta enfrente. ¡Córrele, muchacha!".

Y eso hice. La ventaja de ser pequeña y solidarizarme con los otros fans es que me pude colar a brincar sin importar que todo el mundo me viera las piernas. No me interesó nada; era EL MOMENTO. Sentía esa vibra que sólo los que logran fundirse con el resto en algún evento perciben: ese eco emocional y potente que nos muestra que seguimos vivos y que siempre hay razones para que nuestras vidas sean preciosas. La música es una.

No podía creer lo que estaba viendo, ¡Fito se acercó a nuestros lugares! Le hice "holi" y le tomé foto. Sentía que me desmayaba; es uno de los seres que admiro profundamente por las vicisitudes que tuvo que librar para desarrollar su talento y por las enormes joyas que nos ha dado en las artes; si no es una canción, es un libro o un filme.

Me fui a mi lugar con un nivel de éxtasis que pocas veces he experimentado. La primera vez que lo vi sola, era mi etapa de aceptación y perdón, debía seguir con mi fanatismo a pesar de lo ocurrido. Esta vez fue el "chingue su madre, logré mi meta y nadie me puede quitar este mérito". Era un regalo de mi para mi, de Angie para Jacky, de la Ferrer para la Campos.

Seguí gritando junto al chico con silla de ruedas y su pareja; ambos estaban eufóricos y ebrios, lo que hizo muy divertido el momento. Me subí ligeramente a la reja que dividía a la gente de los músicos; me sentía cual hincha del Rosario Central apoyando a su equipo en el estadio. Así pasaron A rodar la vida, Dar es Dar y Mariposa Technicolor.

Ya era el final del concierto, estábamos coreando a capella Y dale alegría a mi corazón. Se escuchaba como un coro increíble; algunos se quitaron los suéteres o playeras y las movían al ritmo. Otros palmeábamos o agitábamos las manos de un lado a otro. Sentía como si todos fuésemos un enorme grupo de amigos: con complicidad, pasión, ternura. Sonreíamos, unos se abrazaban, otros brincaban; una cosa mágica. 


En los útlimos acordes, se acercó a cada lado del escenario a agradecer. Cuando volteó a donde yo estaba, se paró justo a mi altura, me hizo seña de saludo, dijo "gracias" y, mirándome, lanzó un beso. Nunca, ni cuando compartí ruta de vida con alguien que es más fan que yo, me había ocurrido algo similar. No pedía un gesto; con el simple hecho de escucharlo cantar como esa noche, estaba agradecida. Me quedé petrificada, se me llenaron los ojos de lágrimas.

Se fue del escenario y pusieron What is life?, de George Harrison. Traté de cantarla para calmarme y no pude. Salí con una fuerte conmoción y lo primero que hice, además de llevarme las manos a la cara, fue gritarle a Chayo mientras la abrazaba: "¡Mamá, Fito me mandó un beso!".

Como él dijo en el concierto, "la música es una forma de conectar corazones". Nunca he estado más de acuerdo con una frase. Esa noche, me dio todo lo que no exigí y fui feliz. En mis casi 28, me ha dado la dicha de conocer gente fantástica, de aprender, de amar, de creer, de llorar y de rabiar a través de sus composiciones.

Sé que con los años conoceré a más fans, haré que más gente se acerque a su obra y les mostraré que es todo un personaje abierto a compartir las emociones más profundas y necesarias en estos tiempos convulsos.

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