Angie en el Foro Romano, diciembre 2018.
En algunas ocasiones, estamos en posición fetal ya sea
física o mentalmente. Es la forma más cómoda y segura de acomodarnos, pero hay
instantes en los que algo (puede ser que nosotros mismos) nos “pique” las
costillas y nos invite a levantarnos y caminar.
Eso me pasó en 2018. Inicié el año aún con muchas dudas y
llantos. Aún no comprendía que, para amar y ser amada, debía amarme a mi misma.
Lo había escuchado infinidad de veces, pero mi duda siempre era cómo llegar a
ello.
Conocí a Ernesto el 2 de enero. Desde que me vio supo qué
ocurría. Creo que mucho de mi avance se lo debo a su guía. Le tengo afecto
porque es directo, sin apapachos, tajante y retador; me río mucho con él, pero recibo su palabra como facto. Te impulsa a enfrentarte
contigo mismo y a sanar, sobre todo a perdonar, que creo que es el aspecto que
más cuesta trabajo. Aceptas, integras y sigues. No creas expectativas. Aprendes
a dar amor, a recibirlo y tratar a los otros como ellos te tratan. Es un trabajo diario, no sólo semanal. Es duro.
Ese último rubro me ha costado tener menos amigos y
compañeros que se decían “eternos” en mi vida. La verdad… no me importa.
Comprendí una frase que vi alguna vez donde, palabras más, palabras menos,
decía que sólo quedaban aquellos que realmente valían la pena. El resto, se
iría. ¿Me dolió? Claro, pero he entendido que es lo mejor. Prefiero luchar por
los que han mostrado querer estar en mi camino.
Abrí los ojos. Abrí el corazón para poder amar nuevamente a la
gente, especialmente a mí misma. Me doy permiso de conocer, equivocarme,
aprender y continuar. Ya logro conservar la calma en momentos terribles y
pensar antes de actuar.
A mediados de año, Chayo, mi mamá, tuvo una crisis convulsiva.
No supe qué hacer en el momento y, literal, corrí. Afortunadamente fue un
susto, pero eso me hizo ver todo con distinta perspectiva. Era un golpe que
debía ocurrir para revalorar nuestra relación y la importancia de tener la
cabeza fría en los peores momentos.
Uno de los grandes avances, de los cuales no he hablado en
mis blogs pasados, es de mi papá. Después de años de rencores y malos
entendidos, llevamos la fiesta en paz. Nunca había sentido tanto amor por él y
tampoco había logrado entenderlo… hasta ahora. No es tarde para reconciliarse.
Recibo y doy amor a un montón de gente. Anteriormente me
costaba encariñarme con mis amigos, mi pareja o mi familia. Ahora me siento yo
misma con ellos. Agradezco a todos y cada uno de ellos por la paciencia, las
porras, el sosiego y los detalles que tienen conmigo día a día. Me sorprenden,
me animan, me hacen sonreír y pensar.
Comencé a meditar. Mi unicornio mental siempre es un
torbellino y ahí logro conectarme conmigo y con el universo. Suena a viaje de
drogas, sexo y arcoíris, pero es de las mejores situaciones que he experimentado en la vida. Cerrar los ojos y dejarme llevar
por los cuencos y mantras, me han abierto muchas puertas en todos los aspectos.
Me promovieron en mi trabajo. Cada día amo más a El
Financiero, pese a todas las vicisitudes de este año. No hubiera sido coeditora
sin ellos y creo que me hubiese costado más trabajo viajar para crecer
profesional y personalmente.
Con ellos, he tomado cursos para mejorar de
manera técnica e intelectual mi papel en la redacción. Actualmente tengo una beca del Tec de Monterrey para un diplomado sobre periodismo en la era digital.
Gracias a mi labor como periodista, fui a Chiapas (visita que me dejó con muchos nudos en la garganta) y a Roma, Italia.
La capital de la “pizza, pasta, mafia y papa con pelo” me regresó con una revolución
emocional y mental que ni en mis sueños más psicodélicos me imaginé. Necesitaba
esas horas de vuelo, esas risas, ese foro de energía renovable y esa emoción de
decir “va” sin saber a lo que me iba a enfrentar. Valió cada minuto y cada
euro.
No fue el único lugar que visité. También volé a Durango,
donde vive Jesús, mi novio. Si han seguido estas publicaciones, saben la
historia del señor médico y la damita periodista. Les puedo decir que es una
entidad bella donde no hay gran cosa, pero los momentos son entrañables.
Todos los viajes revivieron en mi el sueño que tuve de niña:
ser una especie de “ciudadana del mundo”, con experiencias para llevar en el
estómago, el corazón, la mente y la piel.
Fui a ocho conciertos, actos que AMO aunque gaste muchísimo en ellos. Los que se llevaron las palmas fueron Depeche Mode, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Gepe y los dos días del Vive Latino.
Me niego a frenar mi vuelo. Estoy abierta a buscar más
retos, más aventuras, más enseñanzas, más pasiones. Para mí, cada peldaño me
acerca más a la persona que siempre quise ser y que estoy muy a tiempo de
cimentarla y darle brillo. No soy la misma Angie que inició este espacio y
mucho menos la que brindó en Año Nuevo. Me gusta la versión que va creciendo y
asombrándose.
Sé que existirán días grises, que seguramente la voy a regar
en algún momento y que todo cambia, como bien lo menciona Mercedes Sosa en esa
bella canción, pero tengo en mis manos las herramientas para evitar que un
golpe como el que me tenía medio zombi a inicios de año (o del rubro que sea)
me vuelva a tirar. Soy dueña de mi misma y nada ni nadie va a impedir que
alcance mis metas.
Sin duda, este ha sido uno de los mejores años que he
experimentado en casi tres décadas (uy, se siente cerca el tercer piso). 2019
lo recibo con todo el cariño, emoción y drogas del mundo.
Muchas gracias por estar, por leer y por no dejar de soñar
conmigo, queridos lectores, amigos, familia, fans, hijos no legítimos, entre otros. Les deseo lo mejor para los próximos 12 meses, principalmente
que vuelen y hallen paz y amor en ustedes mismos.
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